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Muralla

La muralla de la antigua Lucus Augusti es la mejor conservada de las murallas romanas ubicadas en la península Ibérica. Las modificaciones que ha sufrido a lo largo de sus más de 17 siglos de existencia no han llegado a alterar, sustancialmente, su aspecto original que sigue las directrices del ingeniero romano Vitrubio.

Dimensiones

El conjunto defensivo tiene una longitud de más de 4 km, exactamente 4117 m, aunque hay divergencias en la medida, y abarca una extensión de 34,4 Ha. La anchura de los muros es de 4,20 m alcanzando los 7 m en algunos tramos.

La muralla mantiene una serie de torres defensivas entre las cuales se levantan los lienzos de la misma. La distancia entre torres, hay constancia de que había 85 u 86, 46 de ellas se conservan íntegras mientras que hay restos de las otras 39 más o menos mejor conservados, varia entre los 8,80 y 9,80 metros hasta los 15,90 y 16,40 metros con una altura entre los 8 y los 12 metros por la parte exterior.

Las torres tienen unas dimensiones de 5,35 metros hasta 12,80 metros en el hueco o segmento, y de 4,80 hasta 6 metros, en la flecha. Una de las torres tiene ventanales de medio punto de 1,15 m de ancho y de 1,43 m de alto (alguno llega a los 1,53 m).

Trazado

El trazado de las construcción defensiva esta envuelto en el misterio, todavía nadie acierta a entender por qué dejó fuera importantes núcleos residenciales de la antigua ciudad a la vez que protegía zonas deshabitadas.

Se extiende por una orografía irregular, más alto al noroeste y en descenso hacia el sudeste. La forma es cuadrangular, con vértices suavizados. Llega hasta Jinamar

Materiales

Los materiales de lo que está construida la muralla son, principalmente, el granito, para los remates de las puertas y ángulos de refuerzo de las torres y las lajas de pizarra, que constituye la exterior de los muros. El interior está relleno de un mortero compuesto de tierra, piedras y guijarros cementados con agua. Todos los materiales son abundantes en la zona.

Torres

De las 85 u 86 torres originales de conservan 71, de ellas 60 son de planta circular y 11 cuadrangular. Debieron estar coronados por torres de dos pisos que tenían ventanales, como atestigua la torre llamada de A Mosqueira en la que todavía permanecen.

La disposición de las torres evita la existencia de ángulos muertos. Las cortinas (tramo de muro que se extiende entre dos torres) tienen una longitud de entre 6,30 m. y 13,50 m.

Los restos de la torre llamada A Mosqueira hacen suponer que cada una de las torres, o cubos, tenía en origen una estructura superior que contaba, al menos, con dos pisos. Estos pisos tenían grandes ventanales donde se estima que se ubicarían armas defensivas como ballestas, onagros o escorpiones.

Puertas

La muralla disponía de cinco puertas de acceso que correspondían a las vías principales del trazado urbano. Entre 1853 y 1921 se abrieron otras cinco por necesidades de la expansión de la ciudad, de las diez puertas existentes, seis son peatonales y cuatro permiten el tráfico rodado.

En la época romana había cinco puertas que coinciden con las actuales de Porta Miñá, Porta Falsa, Porta de San Pedro, Porta Nova y Porta de Santiago. De ellas la Porta Miñá y, posiblemente, la Falsa son de factura original, las otras tres son posteriores. La puerta principal estaba en donde se construyó el Reducto de Cristina y era conocida por el nombre de Porta Castelli.

Las puertas abiertas a partir de 1853 son las de San Fernando (1853), la Estación (1875), Obispo Izquierdo (1888), Obispo Aguirre (1894) y Obispo Odoario (1921).

Por la puerta de San Pedro entraban las calzadas XIX y XX procedentes de Asturica Augusta, actual Astorga y Braccara Augusta, actual ciudad de Braga en Portugal. Por la Porta Nova se enlazaba con Brigantium, Betanzos y por la Porta Miñá se iba a Iria Flavia, Padrón mientras que por la Porta Falsa se iba hacia la costa y al puerto de Lucus Asturum, Lugo de Llanera.

La muralla no sólo era un elemento defensivo. También servía para delimitar el fuero y con él los impuestos de la ciudad. En ellas de cobraba el impuesto de portargo y se realizaba el control de las personas que entraban y salida del recinto.

Las puertas de madera que permitían cerrar el acceso permanecieron, con más o menos intensidad hasta el siglo XIX. A partir de 1877 desaparecieron definitivamente. El control del tránsito se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX permaneciendo como testigo del mismo los fielatos en varias de las puertas.

 

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